Bonavena-Peralta, la noche en la que reventó el Luna Park
La confrontación entre dos personalidades tan diferentes: fanfarrón y deslenguado, Ringo, y sobrio y recatado, Goyo, imantó al público como nunca antes había ocurrido.
El inspector Bacigalupo, de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, dio la orden y a Tito Lectoure no le quedó más remedio que acatarla. Una hora y media antes del comienzo de la pelea de fondo, hubo que cerrar las puertas del estadio. Adentro, no había lugar para nadie. Todos estaban apretados y el aire se había tornado casi irrespirable. Afuera, más de 5000 personas sin entradas embestían contra los cordones de la Policía Federal y pugnaban por ingresar de cualquier manera al viejo escenario de Corrientes y Bouchard, por las buenas o por las malas. Fue una noche única e irrepetible aquella del sábado 4 de septiembre de 1965. Esa noche, de hace 55 años, 25.236 espectadores pagaron para ver como Oscar Bonavena derrotaba por puntos en 12 rounds a Gregorio Peralta y le ganaba el título argentino de los pesados. Nunca antes y nunca después, el boxeo llevó tanta gente al Luna Park. La confrontación entre dos personalidades tan diferentes (fanfarrón y deslenguado Bonavena, sobrio y recatado Peralta) imantó al público como ninguna otra pelea de la historia del boxeo argentino. Todo quedó por detrás. Ni los legendarios duelos entre José María Gatica y Alfredo Prada de los 40 y los 50, o entre Eduardo Lausse y Andrés Selpa a fines de los años ’50, ni las presentaciones del ídolo máximo Nicolino Locche, de Horacio Saldaño, Carlos Monzón o de Víctor Galíndez en la década del 70 generaron semejante voltaje. Las radios, los diarios y la televisión fogonearon a toda hora el duelo de los opuestos. Y la gente lo compró. Nadie se quiso perder la topada entre el campeón (Peralta) y su desafiante (Bonavena). Ni los ricos y famosos que pagaban caro el ring side ni los hinchas que juntaban los billetes y las monedas para comprar una popular. Esa noche fueron todos. Las entradas se agotaron 48 horas antes de la pelea. Y a la hora de contar el dinero en las boleterías del Luna, se alcanzaron los 13.196.500 pesos por todo concepto. Casi 55 mil dólares de aquella época.
Fue Ringo quien más se movió para provocar semejante impacto. Había iniciado su carrera profesional en los Estados Unidos en 1964 y después de ganar sus primeros ocho combates (siete antes del límite), el 26 de febrero de 1965 resignó su invicto en el Madison Square Garden de Nueva York ante Zora Folley y decidió volver al país. Ya había cumplido el año de sanción que le había impuesto la Federación Argentina de Box en 1963, luego de haber mordido al estadounidense Lee Carr peleando como amateur en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro.
Bonavena regresó de los Estados Unidos a sus 22 años con una idea fija: desafiar a Peralta por el título argentino. Y no paró hasta conseguirlo. “Goyo” era su antítesis: a punto de cumplir 30 años, había perdido en 1964 por una herida una oportunidad por el título mundial de los mediopesados ante el campeón Willie Pastrano en Nueva Orleans y la gente lo quería y lo respetaba por su bonhomía y discreción. También, por sus muy buenos atributos técnicos. Peralta en principio, ninguneó a Bonavena, no quiso prender el fuego de las declaraciones picantes. Pero Ringo lo provocó de todas las maneras posibles. Lo trató de miedoso y cobarde y se burló de él en cada reportaje que daba. El 26 de junio de 1965 Bonavena debutó en el Luna: noqueó en cuatro vueltas a Rodolfo Díaz en una eliminatoria para enfrentar a Peralta. La pelea ya estaba en la calle y en la gente y Tito Lectoure le puso fecha: 4 de septiembre.
En la semana previa, las colas para comprar entradas tuvieron varias cuadras de extensión y los pedidos de entradas de favor superaron todo lo imaginable para fastidio de Lectoure. El jueves, las boleterías colgaron el cartel de “No hay Más Localidades”. El sábado reventó el estadio y más de 5000 personas, aún sin boletos, llegaron hasta Corrientes y Bouchard con la esperanza de conseguir algo de último momento, un papelito arrugado pasaporte a la gran emoción. O ver a un conocido que los haga pasar. No hubo caso. Una hora y media antes se cerraron las puertas. En las cabeceras populares y en la tribuna especial, el público estaba parado y apretado hombro con hombro y no quedaba una butaca vacía en el ring side. Allí donde se mezclaban el comandante en jefe del Ejército, el general Juan Carlos Onganía, con Martín Karadagian. Los empresarios más importantes con los cracks del fútbol de la época como Antonio Ubaldo Rattin, Ermindo Onega y Roberto Perfumo. La Biblia y el calefón de Buenos Aires. Todos quisieron estar esa noche, nadie quiso quedarse afuera.
Pocos minutos antes de las 23.30 de ese sábado, Peralta subió al ring y fue ovacionado por la muchedumbre ansiosa. Bonavena en cambio, recibió una silbatina ensordecedora y hasta algunos monedazos de los más enfervorizados en su contra. El personaje de Ringo todavía no había prendido en el público, le chocaban su desfachatez y su desparpajo. Pero una vez que sonó la campana, el Luna, lleno como nunca, dejó de bramar. Bonavena no salió a llevarse por delante a Peralta como se suponía, sino que prefirió esperar y contratacar a un adversario visiblemente nervioso. En el 5º round, Ringo derribó a Peralta con un poderoso cross de izquierda y luego, se impuso por presencia y personalidad. Como si los roles se hubieran cruzado y Bonavena fuera el experimentado y Peralta, el novato. En el 9º, los dos se cruzaron con fiereza y Ringo soportó la parada. Al final del 12ª round, los 25.236 espectadores presentes en el estadio y los millones que siguieron el combate a través de la radio (las peleas de los sábados jamás se televisaban), sabían que el título argentino de los pesados había cambiado de mano. Oscar Natalio Bonavena era el nuevo campeón. Los jurados Giusti, Stern y Vardé lo vieron ganador por 5, 8 y 9 puntos. Con el cinturón ceñido a su cintura, Ringo fue al camarín de Peralta a pedirle disculpas por las barbaridades que le había dicho y a invitarlo a comer los ravioles que su mamá, doña Dominga, amasaba cada domingo. Peralta, abatido, aceptó el descargo. Y compartió el jabón y el champú en la ducha reparadora con quien un rato antes había sido su enconado rival. Pero no apareció al otro día por la casa de la familia Bonavena en Parque Patricios. Más de treinta periodistas almorzaron junto a Ringo los ravioles con tuco y pesto regados con abundante vino tinto y luego lo acompañaron hasta el estadio de Huracán, donde vestido de traje y corbata, dio la vuelta olímpica mostrandole el cinturón de campeón a la hinchada que coreaba “Somos del barrio, del barrio de la Quema, somos del barrio de Ringo Bonavena”. La pelea más convocante de todos los tiempos nunca volvió a Corrientes y Bouchard. Pero si tuvo una segunda y última versión el 8 de agosto de 1969 en el ya demolido estadio El Cilindro de Montevideo. Fue un fiasco. Empataron al cabo de 10 rounds sobre un ring con las cuerdas tan flojas que más de una vez estuvieron a punto de caerse al piso. Casi nadie recuerda ese pleito grotesco. Todas las emociones se agotaron en aquella noche de Luna más lleno que nunca de hace 55 años. Cuando Oscar Bonavena y Gregorio Peralta le dieron al boxeo un inolvidable baño de multitudes.