DEPORTES

Nicolino Locche, el Intocable

El cigarrillo fue un compañero de toda la vida, pero también su principal enemigo. Apodado el “Intocable” por su forma de plantarse en el ring, Nicolino Locche murió el 7 de septiembre de 2005. Considerado uno de los mejores boxeadores argentinos de todos los tiempos, el hombre que provocaba a sus rivales peleando con la guardia baja e invitaba a que le peguen, inició su carrera como profesional en 1958, bajo la celosa mirada del gran maestro Francisco “Paco” Bermúdez. Diez años más tarde abrazó la gloria mundial tras derrotar por nocaut técnico en el décimo asalto al japonés Takeshi Fuji. Protegido por Tito Lectoure, en el Luna Park reinaba una alegría expectante y desbordaba de gente que disfrutaba cada vez que el púgil mendocino esquivaba los embates de sus contrincantes con estudiados movimientos de cintura. Sobre el cuadrilátero fue dueño de un talento distinto acaso irrepetible; debajo protagonizó una colección hilarante de anécdotas. Aquí van algunas de ellas.

Humo en el gimnasio

Menudito, simpático, algo orejudo y con un peso que orillaba los 37 kilos, con apenas 13 años Nico mostraba condiciones para el boxeo con su zurda desenvuelta. Por esa época su mamá, Nicolina Di Vendittis, viuda de don Felipe Locche, no sabía cómo hacer para sacar al “nene” de la calle, donde se peleaba a diario. Hasta que lo llevó al Mocoroa, el gimnasio donde trabajaba Paco Bermúdez. “Quiero ser boxeador”, dicen que le dijo el oriundo de Tunuyán a quien más temprano que tarde sería su maestro durante casi toda la vida profesional. Pero Bermúdez se dio cuenta enseguida de que, en los descansos, Nicolino fumaba a escondidas en el baño y no dudó en semblantearlo. “¡Apague ese cigarrillo! ¿O usted se cree que esto es un salón de baile?” 

Mendoza querida 

Locche se divertía como loco haciéndole errar golpes a sus rivales. Y por si fuera poco, se ganaba unos mangos con algo que disfrutaba. Participó en 122 peleas amateurs y sólo tuvo 5 derrotas. Una fue en Buenos Aires, para un campeonato nacional, nada menos. “Me aburría tanto estar lejos de Mendoza, que perdí a propósito para poder volverme”, dijo una vezsin ponerse colorado.

Cohete en el pantalón

Una tarde en el gimnasio, Locche le pidió permiso a su maestro para cambiarse las vendas en el vestuario. Pero Bermúdez ya lo tenía junado y sabía que se trataba de una mera excusa para a fumar a hurtadillas. Entonces lo siguió sin que se diera cuenta y sorprendió infraganti a Nicolino, que en efecto estaba pitando. El inefable cuyano pretendió esconder el pucho prendido en el pantaloncito de gimnasia, mientras su entrenador no le quitaba los ojos de encima. Hasta que Locche no aguantó más, tiró el cigarrillo aún encendido y gritó: “¡Me quemo, don Paco, me quemo!”.

Amigos son los amigos 

Carlos Aro, que con el paso del tiempo llegó a ser campeón argentino y sudamericano en la década del ‘60, fue uno de los pocos rivales que venció a Locche en el campo amateur. El zurdo contó que cuando llegó al Mocoroa, Bermúdez lo hacía cruzar guantes con el Intocable, porque le veía condiciones y quería perfeccionar su estilo. Ambos boxeadores se hicieron amigos. Una vez el propio Aro relató que, al quedar amarrados cuerpo a cuerpo, le susurró a Nicolino a modo de ruego: “Gringo, dejame meter algunas manos que ahora me está mirando don Paco”.

Ravioles a la carta

Un domingo a la mañana, allá por la década del ‘60, Locche le dijo a su primera mujer que salía a dar una vuelta por el centro para tomar un café con algunos conocidos. Ana María Corvalán le recordó que no se olvidara de pasar por el Mercado Central y trajera los ravioles para el almuerzo de ese día. Sin embargo, Nico se encontró con unos amigos y al rato, en su flamante Torino, estaba viajando a Salta donde tenía varios “compadres” con quienes se reunía a jugar a las cartas por plata. Cuando él apareció de vuelta recién a la semana siguiente, Ana María, acostumbrada a estas fugas o salidas sin aviso, sólo se limitó a preguntarle: “¿Y? ¿Trajiste los ravioles?”.

Aquella gloriosa noche

Locche era capaz de fumarse un pucho antes de subir al ring. Y otro no bien llegaba al vestuario. Aunque pocos creían que su estilo podía ser ganador en el extranjero, Lectoure logró que le dieran una chance para medirse ante el campeón Fuji en el Kuramae Sumo de Tokio. Aquel 12 de diciembre de 1968 representaba la oportunidad de su vida para Nicolino, quien sin embargo durante el masaje previo se quedó dormido y hubo que despertarlo para que vaya a pelear. Así de nervioso subió al cuadrilátero. El mendocino no se dedicó sólo a esquivar casi todos los golpes del nacido en Hawai: también pegó. Y mucho, a juzgar por el aspecto que lucía el campeón que, quebrado en lo anímico y ya sin fuerzas, decidió no salir a disputar el décimo round y dejarle la corona a Locche.  

RIO GRANDE

El cigarrillo fue un compañero de toda la vida, pero también su principal enemigo. Apodado el “Intocable” por su forma de plantarse en el ring, Nicolino Locche murió el 7 de septiembre de 2005. Considerado uno de los mejores boxeadores argentinos de todos los tiempos, el hombre que provocaba a sus rivales peleando con la guardia baja e invitaba a que le peguen, inició su carrera como profesional en 1958, bajo la celosa mirada del gran maestro Francisco “Paco” Bermúdez. Diez años más tarde abrazó la gloria mundial tras derrotar por nocaut técnico en el décimo asalto al japonés Takeshi Fuji. Protegido por Tito Lectoure, en el Luna Park reinaba una alegría expectante y desbordaba de gente que disfrutaba cada vez que el púgil mendocino esquivaba los embates de sus contrincantes con estudiados movimientos de cintura. Sobre el cuadrilátero fue dueño de un talento distinto acaso irrepetible; debajo protagonizó una colección hilarante de anécdotas. Aquí van algunas de ellas.

Humo en el gimnasio 

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Menudito, simpático, algo orejudo y con un peso que orillaba los 37 kilos, con apenas 13 años Nico mostraba condiciones para el boxeo con su zurda desenvuelta. Por esa época su mamá, Nicolina Di Vendittis, viuda de don Felipe Locche, no sabía cómo hacer para sacar al “nene” de la calle, donde se peleaba a diario. Hasta que lo llevó al Mocoroa, el gimnasio donde trabajaba Paco Bermúdez. “Quiero ser boxeador”, dicen que le dijo el oriundo de Tunuyán a quien más temprano que tarde sería su maestro durante casi toda la vida profesional. Pero Bermúdez se dio cuenta enseguida de que, en los descansos, Nicolino fumaba a escondidas en el baño y no dudó en semblantearlo. “¡Apague ese cigarrillo! ¿O usted se cree que esto es un salón de baile?” 

Mendoza querida 

Locche se divertía como loco haciéndole errar golpes a sus rivales. Y por si fuera poco, se ganaba unos mangos con algo que disfrutaba. Participó en 122 peleas amateurs y sólo tuvo 5 derrotas. Una fue en Buenos Aires, para un campeonato nacional, nada menos. “Me aburría tanto estar lejos de Mendoza, que perdí a propósito para poder volverme”, dijo una vezsin ponerse colorado.

Cohete en el pantalón

Una tarde en el gimnasio, Locche le pidió permiso a su maestro para cambiarse las vendas en el vestuario. Pero Bermúdez ya lo tenía junado y sabía que se trataba de una mera excusa para a fumar a hurtadillas. Entonces lo siguió sin que se diera cuenta y sorprendió infraganti a Nicolino, que en efecto estaba pitando. El inefable cuyano pretendió esconder el pucho prendido en el pantaloncito de gimnasia, mientras su entrenador no le quitaba los ojos de encima. Hasta que Locche no aguantó más, tiró el cigarrillo aún encendido y gritó: “¡Me quemo, don Paco, me quemo!”.

Amigos son los amigos 

Carlos Aro, que con el paso del tiempo llegó a ser campeón argentino y sudamericano en la década del ‘60, fue uno de los pocos rivales que venció a Locche en el campo amateur. El zurdo contó que cuando llegó al Mocoroa, Bermúdez lo hacía cruzar guantes con el Intocable, porque le veía condiciones y quería perfeccionar su estilo. Ambos boxeadores se hicieron amigos. Una vez el propio Aro relató que, al quedar amarrados cuerpo a cuerpo, le susurró a Nicolino a modo de ruego: “Gringo, dejame meter algunas manos que ahora me está mirando don Paco”.https://iframely.pagina12.com.ar/api/iframe?url=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3DdpNdwDg28Ak&v=1&app=1&key=68ad19d170f26a7756ad0a90caf18fc1&playerjs=1

Ravioles a la carta

Un domingo a la mañana, allá por la década del ‘60, Locche le dijo a su primera mujer que salía a dar una vuelta por el centro para tomar un café con algunos conocidos. Ana María Corvalán le recordó que no se olvidara de pasar por el Mercado Central y trajera los ravioles para el almuerzo de ese día. Sin embargo, Nico se encontró con unos amigos y al rato, en su flamante Torino, estaba viajando a Salta donde tenía varios “compadres” con quienes se reunía a jugar a las cartas por plata. Cuando él apareció de vuelta recién a la semana siguiente, Ana María, acostumbrada a estas fugas o salidas sin aviso, sólo se limitó a preguntarle: “¿Y? ¿Trajiste los ravioles?”.

Aquella gloriosa noche

Locche era capaz de fumarse un pucho antes de subir al ring. Y otro no bien llegaba al vestuario. Aunque pocos creían que su estilo podía ser ganador en el extranjero, Lectoure logró que le dieran una chance para medirse ante el campeón Fuji en el Kuramae Sumo de Tokio. Aquel 12 de diciembre de 1968 representaba la oportunidad de su vida para Nicolino, quien sin embargo durante el masaje previo se quedó dormido y hubo que despertarlo para que vaya a pelear. Así de nervioso subió al cuadrilátero. El mendocino no se dedicó sólo a esquivar casi todos los golpes del nacido en Hawai: también pegó. Y mucho, a juzgar por el aspecto que lucía el campeón que, quebrado en lo anímico y ya sin fuerzas, decidió no salir a disputar el décimo round y dejarle la corona a Locche.  https://iframely.pagina12.com.ar/api/iframe?url=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3D3S93zXflBdg&v=1&app=1&key=68ad19d170f26a7756ad0a90caf18fc1&playerjs=1

Hazte fama

Era tanta la admiración que despertaba Locche, que ChicoNavarro le dedicó un tema que se hizo recontra famoso a fines de los ’60. “Un sábado más”, la canción de marras, terminaba con este verso: “Total esta noche, minga de yirar, si hoy pelea Locche en el Luna Park”. Pese a su fama, más de una vez fue sorprendido en su buena fe. “Compré un auto de carrera usado que pagué al contado. Lo trajeron en un remolque y me lo dejaron cerca del Luna Park. Cuando fui a ponerlo en marcha, no arrancaba. ¡Que lo parió, tiene la batería vencida!, me dije. Abrí el capot para solucionar el problema y me di cuenta de que había comprado un auto de carrera sin motor”, contó con gracia.

Provocador serial 

En su libro Crónicas de guantes (2008), el periodista Roberto Suárez recuerda que en mayo de 1967, después de ganarle en diez rounds en el Luna Park a Leston Carl Morgan, un estadounidense con fama de noqueador y que no había podido siquiera tocar a Locche en toda la noche, el mordaz Nicolino se metió en el camarín del visitante, que estaba visiblemente amargado, y siguió provocándolo: “Dale, negro, pegame, acá tenés la cara”.

Así fue este inovidable campeón que a partir de 1969 realizó seis defensas exitosas, las últimas cinco en el “templo” de Corrientes y Bouchard. Aquel escurridizo púgil cuya magia pareció desdibujarse luego de perder su título en 1972, cuando cayó en Panamá por puntos contra el local Alfonso Frazer. El fumador empedernido que disputó 136 peleas, ganó 117 (14 de ellas por KO), tuvo cuatro caídas y 14 empates. El arraigado mendocino que nació y murió en su tierra en el mes de septiembre para quedar entronizado como un icono del boxeo argentino. 

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