¿Puede Javier Milei contener la inflación?
Caputo sostiene que el naufragio de la Ley Ómnibus no tiene importancia, pero el Presidente reacciona como si le fuera la vida en ello. Despidos de funcionarios, insultos y Macri en el horizonte. Pero el destino de su gobierno no se juega allí sino en qué pasará con la inflación y con los casi 50 millones de afectados.
Una mirada atenta sobre el plan Caputo lleva directamente a ese viejo chiste del granjero que estaba enseñándole a su burro a trabajar sin comer y, justo cuando lo había logrado, se le murió. Puede ser que Javier Milei no lo conozca, o que no lo haya entendido, porque sólo así se explica el increíble “ahorro” al que está forzando a casi toda la población argentina, repartida en los territorios provinciales que, como no tiene ningún gobernador propio, el presidente considera ajenos a su responsabilidad.
También puede ser que lo conozca y que esté convencido de que el final puede admitir una reescritura, del mismo modo que pretende reescribir la historia del país y rediseñar su futuro. Tanta omnipotencia explicaría su destemplada reacción ante el evitable final de la Ley Ómnibus y todas las operaciones y operetas políticas que provocó en las fuerzas proto oficialistas.
Los medios se concentraron en los detalles del culebrón entre el Gobierno y los gobernadores, y la inoxidable esperanza de Mauricio Macri de pescar en río revuelto, pero cuando se disipe un poco la polvareda quedará claro que la suerte del gobierno no se juega tanto en esa competencia por el voto antiperonista sino en saber hasta qué punto el burro aceptará mansamente su destino o se plantará de alguna manera para evitarlo.
La libertad no avanza
Para el común de los mortales hay dos formas de hacer las cosas: por acción o por omisión. En el caso del gobierno libertario, la opción desaparece. Hasta ahora las únicas iniciativas que prosperaron son las que no necesitan ningún esfuerzo de gestión. El resto, naufraga.
El último y quizás más claro ejemplo es lo ocurrido con la Ley Ómnibus. Empezó con 638 artículos, siguió con unos 300, terminó en la nada. Con toda la “oposición amigable” desesperándose por apoyarlos, no pudieron construir una mayoría para aprobarla. Las medidas fiscales eran el corazón del proyecto y fueron las primeras en ser recortadas. Si lo que se buscaba era una señal de gobernabilidad para los mercados, resultó lo contrario.
Caída la ley, se construyó la mística de la victoria en las redes sociales, el único territorio que reconoce el Gobierno. Que todo fue un ardid del líder para desenmascarar a la casta; que el proyecto, presentado como indispensable a corto plazo, en realidad tendría impacto en el largo. Un relato solo apto para convencidos.
Esa misma matriz de incompetencia se exhibe en cuestiones más terrenales. No fueron capaces de hacer funcionar el plan de registro de las tarjetas SUBE, fundamental para todo el esquema de alza de los boletos en trenes y colectivos. Tampoco consiguieron avanzar con el nuevo proyecto de segmentación para recortar los subsidios a la luz, por lo que solo pudieron operar sobre el sector minoritario que ya había renunciado a ellos. Llegando al absurdo, el ministro Guillermo Ferraro, cuyo despido se anunció con bombos y platillos a los 45 días de asumido por la filtración de la frase de Milei contra los gobernadores (“los voy a dejar sin un peso, los voy a fundir”), seguía este viernes en su puesto a pedido del mismo gobierno que lo echó.
Jubilados y salarios, las únicas cartas de Milei
Luis Caputo fue el encargado de aportar el argumento principal en rescate del Presidente. “La Ley no era necesaria para la crisis porque los números cierran igual sin ella, como muestra el resultado fiscal de enero”, afirmó el ex Messi de las finanzas sin dar detalles de cómo se logró el “milagro”. Si se pone un ojo en ello, se entiende por qué cualquier otro gobierno hubiese preferido no menearlo.
Casi todo el “ahorro” fiscal proviene directamente de los bolsillos de los jubilados y los sueldos de los estatales, en proporciones incomparables por su velocidad y profundidad con cualquier otro ajuste anterior. Ni Macri, ni Menem, ni la dictadura se atrevieron a tanto.
Los números que no cuenta Caputo y que 1816, una de las consultoras preferidas de la city, puso al alcance de los curiosos son:
- El Gasto Primario, o sea el que no incluye pagos de la deuda, cayó en comparación a enero de 2023 un 36,9%.
- Para llegar a semejante cifra no hizo falta apuntar a los “gastos políticos”, simplemente darle un guadañazo histórico a las jubilaciones y pensiones, que son el principal item del presupuesto oficial: se derrumbaron un 43,2%.
- Lo destinado a los empleados públicos perdió un 18,2%, a lo que se suma una caída del 19,8% de la AUH y las Asignaciones Familiares y del 40,8% en los programas sociales.
- Pasaron a casi cero la Obra Pública y las transferencias a las provincias, pero estos rubros, que tanto inciden en la creación de empleo en todo el territorio nacional, apenas se sienten en el total del gasto estatal.
- En el terreno de los salarios de los trabajadores privados registrados, Milei consiguió la hazaña de, en menos de dos meses, llevarlos a un nivel comparable al de la crisis de 2001.
La conclusión obvia de estos datos es que lo único que hizo el Gobierno en materia económica fue multiplicar la inflación (por la mega devaluación y la eliminación de todos los controles a la voracidad empresaria) y no aumentar sueldos ni jubilaciones. Algo que todos los gobiernos conservadores intentan y que solo encuentra límites en la paciencia de los afectados.
Por incompetencia o audacia, Milei y Caputo no generaron ninguna red de contención que aminore los costos sobre los sectores medios y bajos. Peor aún, por incompetencia o audacia, se dedicaron a destruir los sectores del Estado que hasta ahora se ocupaban de eso. La caricatura de este modelo de gestión es la cola de 30 cuadras de hambrientos, convocados de a uno por la ministra Sandra Pettovello.
El sueño de bajar la inflación
Para cambiar ese desolador panorama antes que se disuelva el impacto de la novedad, Milei tiene que mostrar algún éxito en la lucha contra la inflación más tangible que festejar “el 25% de diciembre que podría haber sido un 30”. Pero, más allá de la insistencia oficial, no hay demasiados motivos para el optimismo.
La inflación acumulará alrededor de un 100% en abril, lo que aumenta las posibilidades de otra devaluación. Como manda el dios mercado, será difícil evitar la profecía autocumplida, ya que es lo que prevén la mayoría de los analistas y lo que esperan los productores agropecuarios para liquidar sus dólares. Si eso ocurre, habrá otro salto inflacionario.
La persistente indexación de todos los contratos de la economía (empezando por los recién liberados alquileres) y los aumentos salariales que vayan consiguiendo los sindicatos (aun retrasados ante la inflación) garantizan un piso mensual que difícilmente baje rápido a un dígito. Y no hace falta recordar que aunque los 20/25 puntos que promovió Milei son mucho peores, los 8/12 que caracterizaron los últimos meses de Massa resultaron tan aterradores que consiguieron que el libertario terminara instalado en la Casa Rosada.
“Qué feo es dar malas noticias”, se podría decir parafraseando a Fernando De la Rúa, pero a pesar del salto de diciembre y enero la famosa recomposición de precios relativos recién empieza. Falta el salto que provocará la eliminación de los subsidios a las tarifas y el aluvión que implicará para lo que queda de la clase media el aumento de las prepagas y las cuotas de los colegios privados. Un impulso que se mantendrá en el tiempo porque todo ajusta por inflación y tipo de cambio, lo que sea mayor.
Descartados el regreso del pago de ganancias por los trabajadores y la suba de las retenciones, por el retiro de la Ley Omnibus, el Gobierno solo puede aumentar sus ingresos sin pasar por el Congreso gravando los combustibles y subiendo aún más el impuesto PAIS que impacta en las importaciones y en los gastos en dólares de toda la población. Como cualquiera sabe, los dos terminan inevitablemente en los precios.
Los que confían en una recesión que planche definitivamente las subas deberían tener en cuenta que, gracias a la apertura irrestricta, el mercado mundial puede absorber lo que los enflaquecidos sueldos argentinos se resistan a convalidar, por lo menos en alimentos y combustibles, dos rubros claves de la inflación local. La recesión también afectará la recaudación en IVA y Ganancias, desbalanceando las cuentas públicas y provocando nuevos ajustes en un círculo más que vicioso.
Si todo sale mal, aún puede ser peor. Presa de la desesperación, Milei es capaz de volver a desenvainar el salto al vacío de la dolarización.
La decisión del burro
Inoxidable a las malas noticias, el Gobierno apuesta a que todas esas dudas queden disipadas por la caída del déficit fiscal, el objetivo excluyente de tantos sacrificios. Los empresarios sacarían contentos sus billeteras y la inversión privada reemplazaría la desaparición de toda la inversión pública. En el relato oficial, eso llevará a un futuro de empleos registrados y recuperación salarial. A pesar de que Caputo cometió la imprudencia de hablar del “segundo semestre”, todavía no se ve ningún “brote” de semejante paraíso.
En los grandes grupos económicos lo que está ocurriendo se ve distinto. Acostumbrados a la fugacidad de los sueños liberales, esperan a ver para creer. En otras palabras, a aplaudir y apoyar platónicamente hasta que la economía parezca algo más prometedor que el páramo actual, con caídas de entre el 20 y 30% en todos los parámetros relevantes. Mientras tanto, la mayoría aprovechó para incorporar sus reivindicaciones históricas en el DNU y están tratando de transformarlas en derechos adquiridos antes de que el Congreso o la Justicia se atrevan a ponerles algún freno.
Es en ese escenario donde el chiste del burro espera para ser reescrito. Milei y sus amigos sueñan con encontrar la manera en que el animal aprenda a no comer y sobreviva. La magnitud histórica del ajuste hace vislumbrar otro final. Que más allá de cómo llegaron a esta situación, la mayoría de los argentinos se vean obligados a poner un tope al experimento. Después de todo, es una cuestión de supervivencia.
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